Alberto
Híjar Serrano
María Elena Estrada pasó triste el Día
Internacional de la Mujer de 2012, víspera de su última jornada de trabajo en
el INBA donde permaneció durante más de cincuenta años cumpliendo con
eficiencia tareas secretariales y administrativas. Forma parte de una legión de
servidoras públicas invisibles para quienes pasan por puestos medios y
superiores de dirección sin percatarse que sin los trabajos de la base son
nada. En el limbo de los artistas no cabe voltear abajo.
Nos
conocimos en la Escuela de Diseño y Artesanía. Ella como secretaria del
director José Chávez Morado y yo como profesor a quien confiaban los maestros
la educación estética e histórica. Eran años, los sesenta, en que todo el INBA
cabía en la parte de atrás del Palacio de Bellas Artes. Todos nos conocíamos,
nos apreciábamos, nos facilitábamos trámites y proyectos. Cabía el compañerismo
y la solidaridad y nadie hablaba de competitividad. María Elena, siempre
amable, era la garantía de la buena marcha de la EDA para permitir a los
maestros privilegiar sus tareas formativas en el mosaico de piedra para
murales, en la integración plástica, en las técnicas de grabado en metal, en la
cerámica con un gran horno ahora apagado, con oficios como la orfebrería y la
fabricación de instrumentos musicales que daría lugar a la escuela de laudería,
con el tapiz y el batik, en fin, con la necesaria articulación del diseño y las
artesanías característica del desarrollo desigual y combinado de México. En los
talleres de la EDA formaron entonces a técnicos capaces de imaginar en términos
materiales estrictos. María Elena ya no estaba cuando el INBA separó el diseño
de las artesanías en un acto más de modernización colonizada.
En
grandes salones, permanecía en resguardo la colección de artesanías de Roberto
Montenegro que uno podía recorrer acompañado por el custodio. Cada fin de año,
un maestro importado de Silao por Chávez Morado, reunía a los actores de la
pastorela que se montaba en la pequeña plaza del Barrio del Niño de Jesús en
Coyoacán, frente a la casa de Chávez Morado y Olga Costa abierta hasta la
madrugada por si alguien quería un café, unos tamales o sopes, un tequila, unos
buñuelos. María Elena no se notaba en todo esto pero era la retaguardia
vigilante y garante de que todo saliera bien.
Ni
el 8 ni el 9 de marzo de 2012 hubo investigadoras del Cenidiap para despedirse
de la fiel administradora cesada porque ya no hubo fondos para el capítulo
3000. Sólo unas cuantas. La rigidez administrativa en tiempos de recorte de
personal y desaparición de los derechos laborales, una vez más perjudicó a una
trabajadora inerme. El viernes 9 fue su último día de trabajo transcurrido
frente a los auditores que revisan papel por papel desde hace un mes y medio.
Sin vela en este entierro sino en el de su larga carrera en el INBA, María
Elena permaneció en su oficina hasta el fin de la jornada, esa que una circular
reciente implementa (sic) de 9 a 18 horas en cumplimiento de la Ley de
Responsabilidades (sic). Mientras, las mujeres seleccionadas por su docilidad
ante las autoridades, celebraron en el Palacio de Bellas Artes,
abierto en exclusiva para ellas, el otro Día de la Mujer, el de las poderosas,
las influyentes, las invitadas de lujo, las que un día sirven a la industria
del espectáculo y el poder de los consorcios y otro exigen emancipación. Tras
su escritorio, María Elena ni se enteró ni se acongojó porque la dignidad
construida en toda una vida de trabajo vale y orienta para seguir la vida.
Nos
seguimos comunicando compañera María Elena, goce usted de su jubilación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario