lunes, 12 de marzo de 2012

MARÍA ELENA


Alberto Híjar Serrano

María Elena Estrada pasó triste el Día Internacional de la Mujer de 2012, víspera de su última jornada de trabajo en el INBA donde permaneció durante más de cincuenta años cumpliendo con eficiencia tareas secretariales y administrativas. Forma parte de una legión de servidoras públicas invisibles para quienes pasan por puestos medios y superiores de dirección sin percatarse que sin los trabajos de la base son nada. En el limbo de los artistas no cabe voltear abajo.
            Nos conocimos en la Escuela de Diseño y Artesanía. Ella como secretaria del director José Chávez Morado y yo como profesor a quien confiaban los maestros la educación estética e histórica. Eran años, los sesenta, en que todo el INBA cabía en la parte de atrás del Palacio de Bellas Artes. Todos nos conocíamos, nos apreciábamos, nos facilitábamos trámites y proyectos. Cabía el compañerismo y la solidaridad y nadie hablaba de competitividad. María Elena, siempre amable, era la garantía de la buena marcha de la EDA para permitir a los maestros privilegiar sus tareas formativas en el mosaico de piedra para murales, en la integración plástica, en las técnicas de grabado en metal, en la cerámica con un gran horno ahora apagado, con oficios como la orfebrería y la fabricación de instrumentos musicales que daría lugar a la escuela de laudería, con el tapiz y el batik, en fin, con la necesaria articulación del diseño y las artesanías característica del desarrollo desigual y combinado de México. En los talleres de la EDA formaron entonces a técnicos capaces de imaginar en términos materiales estrictos. María Elena ya no estaba cuando el INBA separó el diseño de las artesanías en un acto más de modernización colonizada.
            En grandes salones, permanecía en resguardo la colección de artesanías de Roberto Montenegro que uno podía recorrer acompañado por el custodio. Cada fin de año, un maestro importado de Silao por Chávez Morado, reunía a los actores de la pastorela que se montaba en la pequeña plaza del Barrio del Niño de Jesús en Coyoacán, frente a la casa de Chávez Morado y Olga Costa abierta hasta la madrugada por si alguien quería un café, unos tamales o sopes, un tequila, unos buñuelos. María Elena no se notaba en todo esto pero era la retaguardia vigilante y garante de que todo saliera bien.
            Ni el 8 ni el 9 de marzo de 2012 hubo investigadoras del Cenidiap para despedirse de la fiel administradora cesada porque ya no hubo fondos para el capítulo 3000. Sólo unas cuantas. La rigidez administrativa en tiempos de recorte de personal y desaparición de los derechos laborales, una vez más perjudicó a una trabajadora inerme. El viernes 9 fue su último día de trabajo transcurrido frente a los auditores que revisan papel por papel desde hace un mes y medio. Sin vela en este entierro sino en el de su larga carrera en el INBA, María Elena permaneció en su oficina hasta el fin de la jornada, esa que una circular reciente implementa (sic) de 9 a 18 horas en cumplimiento de la Ley de Responsabilidades (sic). Mientras, las mujeres seleccionadas por su docilidad ante las autoridades, celebraron en el Palacio de Bellas Artes, abierto en exclusiva para ellas, el otro Día de la Mujer, el de las poderosas, las influyentes, las invitadas de lujo, las que un día sirven a la industria del espectáculo y el poder de los consorcios y otro exigen emancipación. Tras su escritorio, María Elena ni se enteró ni se acongojó porque la dignidad construida en toda una vida de trabajo vale y orienta para seguir la vida.
            Nos seguimos comunicando compañera María Elena, goce usted de su jubilación.

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