Lo
que quieren es ganar la presidencia y para ello, se valen de todos los trucos
de convencimiento publicitario porque son producto de una cultura del
espectáculo efímero asociado al contratismo y la máxima ganancia. Sobre bases
así, no hay debate posible sino diatribas y ocurrencias aconsejadas por los
equipos de campaña. A la mujer, por ejemplo, le dijeron que aprovechara
cualquier oportunidad para proclamarse diferente con un rezo memorizado y como
no hubo oportunidad de entrada, en lugar de responder a una pregunta, se soltó
reiterando con rostro inexpresivo de recitadora mecánica, que es diferente.
Casi igual los otros al dejar en el aire las respuestas a cambio de sus rollos
de identidad promocional. Ni debate ni respuestas programáticas a cambio de anuncios
equiparables a cualquier promoción mercantil. Muchas promesas y nada sobre la
transición a algo mejor.
Los comentaristas seleccionados en una especie de casting
de charlatanes estatólatras y algunos expertos en imágenes publicitarias,
contribuyen al desconsuelo público al negar la realización del debate para
orientar de inmediato sus comentarios ingeniosos a los aciertos y desaciertos
de los involucrados principales: el IFE, los equipos de campaña, los asesores,
los productores famosos por unos días junto a la edecán despampanante que da
lugar a especulaciones complotistas. Nadie va al fondo y la ciudadanía
permanece indiferente o sumada al chiste como recurso del inconsciente
frustrado, defraudado e impotente a punto de la indignación. No hay a quien
irle.
En rigor, un debate confronta ideas
transformadas en tesis de época o al menos de coyuntura por su importancia
social. Tal ocurrió, por ejemplo en el debate entre Noam Chomsky y Michel
Foucault en 1971 coordinados por Fons Elders del Proyecto Internacional de
Filósofos cuando luego de andarse por las ramas al encuentro de lo común,
pasaron a discutir los límites de sus planteamientos del poder como aparato
lingüístico en Chomsky y como microfísica y biopoder en Foucault, todo entre
argumentaciones históricas y sociales descubridoras de los argumentos de los
contendientes. Por acá, debate fue el agarrón por la libertad de cátedra y los
planes universitarios entre Antonio Caso y Vicente Lombardo Toledano en 1933,
que ocupó primeras planas, involucró universitarios e intelectuales diversos y
significó la salida definitiva de Lombardo de la Universidad. De un lado, el
idealismo, del otro el materialismo concebido como ciencia de las ciencias y
excluyente de creencias místicas. Luego, a partir de los 50 y la construcción
de la aldea global descubierta por Marshall McLuhan, puros escarceos entre
intelectuales afamados por el sistema de premios y prebendas del Estado apoyado
por las televisoras. Octavio Paz, Carlos Monsivais, Carlos Fuentes y otros
buenos escritores, animaron revistas de élite y rico patrocinio estatal.
Figurillas como Héctor Aguilar Camín o Jorge Castañeda y pobres diablos como
Francisco José Paoli, Javier Tello o Carreño Carlón, simulan críticas tan
superficiales que aburren al auditorio de televidentes que libremente optan por
cualquier otra visión tan infame o peor que los programas de opinión.
El opinadero es antesala del debate
porque descubre los acuerdos y los disensos. Por ejemplo, el EZLN alienta en
diciembre de cada año, la discusión sobre autonomía, Estado y poder. Hace dos
niveles: el de los de poca fama y mucho activismo en el terregal de un lienzo
charro en Iztapalapa y el de primer nivel en San Cristóbal bajo el nombre de
Andrés Aubry. Prevalecen en ambos los elogios al EZLN y los Caracoles y en el
encuentro de los pobres proliferan las denuncias de represiones violentas. No
hay debate, porque desde el fin de siglo, el extinto FZLN lo boicoteó
interponiendo la exigencia de esperar la palabra verdadera desde arriba. Nada
se aprende así de la corrupción sandinista que borró y prohibió las pintas de
las tendencias y exigió a las organizaciones de base esperar a que bajaran las
orientaciones. La secuela del autoritarismo pseudorrevolucionario es terrible
porque impide toda crítica y desalienta el debate. La compañera argentina Lila
Pastoriza que escribe en la ejemplar revista Lucha Armada exige la necesidad de
averiguar por qué nos derrotaron en todas partes. El testimonio y la crítica
teórica orientan los textos de la revista transformada en anuario a partir de
2010. El debate se da entre posiciones estratégicas que incluyen la discusión
de tácticas descubiertas a partir de la teoría y de los testimonios que
renuncian al secreto resguardado por jefes y comandantes. Autoritarismo,
militarismo, clandestinaje, líneas de masas, son puestas en crisis para
aprender, avanzar y organizar, liberados de los errores y prejuicios del
pasado. Entre los candidatos de acá en cambio, los seguidores prohíben criticar
los dobles y triples discursos según el auditorio. Aclamado por la comunidad
del Tec de Monterrey, López Obrador declaró innecesarias las expropiaciones y
nacionalizaciones, por ejemplo. Nadie denuncia y nadie debate la ausencia de
solidaridad con los masacrados, los desaparecidos, los migrantes acosados por
policías e institutos de migración. Un debate no se instala en el tu dijiste,
yo te vi, sino en las raíces y las consecuencias profundas de los oportunismos
y las mentiras.
El pragmatismo y la idiotización
masiva de la industria del espectáculo y la cultura de élite miserable de las
universidades y los silenciosos institutos y centros de investigación, impiden
el debate. Se trata de ganar y de ser convincentes inmersos en un Estado que
oculta sus crímenes presidenciales desde Obregón hasta Colosio y los fraudes y
asesinatos que llevaron a la presidencia a Zedillo, a Salinas con la caída del
sistema y la contención de la revuelta popular, a Calderón haiga sido como haiga sido, como ostenta su cinismo. La democracia
ha muerto como prueban los debates fallidos y ya pasó el tiempo en que un
Constituyente pudo haber construido el debate de una nueva Constitución a
cambio de la descuartizada por los pseudo partidos políticos que sólo
representan a mafias poderosas a la pesca de contratos y chambas.
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