Alberto Híjar
La alharaca por la inclusión del
laicismo en el artículo 4 constitucional oculta la lucha ideológica entre
liberales y conservadores para restringirla a una cuestión legal. De vivir en
un estado de derecho esto en verdad sería fundamental, pero en el estado de
emergencia en el que nos han metido el gobierno y los partidos cómplices bien
maiceados sometidos todos a las decisiones despóticas del Imperio, las leyes
resultan un ejercicio retórico con actuaciones parlamentarias puestas en la
escena del civismo. Cuando mucho, se trata de legalizar algunas fregaderas
vigentes como la degradación del trabajo y los trabajadores y por supuesto el
poder construido por los mochos y la iglesia católica siempre descalificadora
de otras creencias al reducirlas a sectas e ideologías sin vigencia. El
dogmatismo es duro de modo que no cesa en su afán de orientar vidas y haciendas
en la cosa pública.
Pero
el laicismo no es solo una cuestión de leyes, sino es uno de los puntos clave
de la lucha ideológica, esa dimensión subjetiva de la lucha de clases acallada
por unos y otros para impedir la crítica. De todas maneras, la reciente visita
del Papa evidencia señales de todo esto: el primer presidente en funciones que
comulga en publico y acompaña en todo momento al Papa, la cobertura excesiva de
la industria del espectáculo de cada paso en tierra y aire hasta el extremo
grotesco de dedicar no menos de media hora a seguir un helicóptero en vuelo
mientras los piadosos locutores recitaban alabanzas. Nada se transmitió de las denuncias
de las víctimas de la pederastia sacerdotal ni menos se exhibió la manta
desplegada en defensa del estado laico. A cambio, las proclamas de unidad en
las creencias y en la acción regeneradora del país, como si de veras todos
fuéramos hermanos y no estuviéramos sometidos al despotismo terrorista de
Estado.
Lo
grave es el predominio casi total de la ideología dominante que es la de la
clase dominante. Asombra que el millón y medio de profesores, la mayoría contra
su sindicato corrupto y muchos de ellos activistas de ocasión de la
Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, no actúen en
consecuencia. El laicismo por omisión religiosa no es suficiente si se le pone
en función de la tradición liberal republicana y antiimperialista. Esta importante
tendencia histórica exige constancia memoriosa y no solo la conmemoración cada
año más pobre de los profesores guerrilleros como Lucio Cabañas, Genaro Vázquez
y Héctor Heladio Castillo. La memoria borrada por la industria del espectáculo
y los candidatos presidenciales a cual más declamantes de buenas intenciones
predecibles e incumplibles, tendria que ejercerse como una ideología ciudadana
anticonservadora y antiimperial si la hubiera más allá del voto por el demagogo
en turno. Los mochos reivindican sitios y hechos: el Cerro del Cubilete con
todo y grito de ¡viva Cristo rey! Las apariciones guadalupanas o el culto de la
Virgen de la Caridad del Cobre, la beatificación de sus héroes y mártires por
sus militancias contra el Estado laico y la resistencia indígena. Del otro
lado, sitios mil sin sentido para la historia nacional y regional. Apenas
excepciones: una estela en el vado de Aguas Blancas a cambio del monumento
ganador de un concurso desatendido, otra estela en Tlatelolco sustituta del
bello proyecto La Grieta que no hubiera afectado el entorno y hubiera tenido
muros a cubierto con los nombres de los masacrados. Un grandote monumento a
Lucio en Atoyac en un centro de por sí feo a cambio del abandono del museo de
sitio inaugurado durante el funeral con el cuerpo del guerrillero rescatado del
entierro militar clandestino. Ni una placa recordando otras masacres o a
personajes como Brad Will, el periodista asesinado en Oaxaca por ejercer la
libertad laica de expresión, nada que destaque los sitios de detención ilegal y
tortura con museos de sitio como los desparramados ahora en Argentina. Acá
sigue como centro policial el edificio donde Nazar hizo de las suyas y en la
antigua procuraduría en Plaza de la Republica (¡vaya nombre desperdiciado!) se
derruyeron las huellas de las prisiones clandestinas igual que en Tlaxcoaque,
la Cabeza de Juárez o el Cuartel de Atoyac de donde salían los helicópteros
para arrojar guerrilleros al mar. Nada de esta construcción de urbanismo laico.
La placa que Marisela Escobedo colocara en el Palacio de Gobierno de Ciudad
Juárez antes de ser asesinada en la acera de enfrente, ha sido retirada y no
tarda en pasar lo mismo con la que recuerda que estamos hasta la madre por el
asesinato de 7 jóvenes en Morelos. El laicismo tendría que precisar esta
memoria que es el terrible testimonio de lo que ha costado oponerse a la
desmemoria promovida por la degeneración cívica alentada para homenajear
personajes de paja en actos ceremoniales de zumba y bicicleta. Ahora se llega
al exceso represivo y reaccionario de reducir una falsa izquierda a proclamas
amorosas absurdas que hasta su filosofo de cámara tienen con Enrique Dussel,
famoso doctor en universidades de élite, quien a nombre de una marxología degenerada
proclama el amor como programa político para ignorar la argumentación de Marx y
Engels contra Feuerbach quien era más avanzado que los oportunistas porque
descubrió los orígenes sociales de las religiones. El laicismo actual tendría que
luchar contra estas supercherías reaccionarias y conservadoras del saqueo
neoliberal imposible de vencer con corazoncitos, manos tenidas (no hay que
olvidar a Díaz Ordaz con este gesto en su postrer informe de gobierno) y
abrazos y besitos de perdón y olvido. Tampoco vale la exaltación del sacrificio
y la inmolación, hace falta, mucha falta, un laicismo politizado y clasista
contra la desmemoria dominante como estrategia ideológica reaccionaria.